Por Armando Arteaga *
email: artenupe@yahoo.es
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A los griegos les debemos muchas verdades, muchas cosas fundamentales que conocemos del universo y del hombre. De la poesía, los griegos, superaron el Beowulf inglés (ese poema épico y viejo) donde la pugna se confronta entre las fuerzas de lo sobrehumano y el hombre (“ser racional”).
El “universo confrontacional” del Beowulfes más limitado y más silvestre que el que nos presenta Homero en sus dos grandes obras: La Iliada y La Odisea. Homero es el poeta más virtuoso de toda la poesía universal, la inspiración y la razón caminaron de la mano en La Iliada y en La Odisea, logrando grandes resultados poéticos con recursos de sencillez literaria. Homero narra lo que “ve” (es un decir) y lo que “oye” (es otro decir), comunica con naturalidad los sucesos más inverosímiles; lo que dicen y las acciones que realizan los personajes de Homero: resultan cosas tan naturales por momentos, dándole al lector una información directa y análoga. El suceso heroico y la palabra elocuente son de una unidad literaria permanente.
Homero es un poeta de la guerra en La Ilíada, Homero no juzga la guerra, exalta los triunfos y los infortunios, cantándole a la energía y a la fuerza humana. Homero –en cambio- describe en La Odisea las aventuras que le suceden a Ulises, entre otras cosas, durante su impresionante regreso a la patria. La Odisea es un viaje de cierta desventura para Ulises con un final casi feliz. La Ilíada apuesta por lo trágico, en cambio La Odisea desarrolla lo novelesco.
Ulises es un personaje de todas las culturas y sociedades épicas, quien tiene que vencer todas las adversidades, su esposa Penélope, su hijo Telémaco, aguardan la desesperanza del regreso del héroe. El triunfo de Homero es la apertura hacia un nuevo tipo de modernidad, donde los hombres y los dioses entremezclados plantean preocupaciones sociales y responden a estímulos análogos.
Los dioses, los verdaderos dioses, descendidos a la vivencia “solemne” por el poeta, se acercan casi siempre a la conducta de los hombres (escapando a la coacción de la especie) participan de sus pasiones y de sus desaciertos, en las limitaciones de la vida terrena. A Ulises le tocó mucho navegar en la imaginación de los lectores de La Odisea: de los siete mares, de las siete islas, de los siete países, cabalísticamente divagando en los profanos destinos impuestos por el poeta.
La imaginación “renacentista” de la cultura colonial española, descubrimos ahora, no fue un burdo trasplante de Europa, ni obra de fusión ingenua: entre las cosas “europeas” y las cosas “indígenas”. La fusión cultural es ubicua. Lo importante y lo ostensible que impulsó el modelo europeo, en lo cotidiano y en lo domestico, conservó muchas tradiciones autóctonas. No todo es fusión, desde luego, “mundos” históricos del “legado indio” dejaron estupefactos a los pensadores del racionalismo europeo de entonces, aunque medieval y cristiano, tenía sus atisbos de humanismo, no todo era barbarie de vándalos empobrecidos, aventureros y ambiciosos por fortuna y fama, algo de esa “ilustración soldadesca”: nos sirve ahora para entender procesos de integración.
Sino, como explicarnos la “imaginación” cultural y literaria de la “Miscelánea Antártica” (escrita entre 1576 y 1586, permaneció inédita hasta el siglo XIX), de Miguel Cabello de Balboa, un jesuita inteligente; y “La Crónica Moralizadora” (1638), del historiador agustino Antonio de la Calancha. Ambas obras nos sirven ahora para visualizar este alucinante encuentro entre “lo nativo” y “lo foráneo”.
Los españoles realizaron alucinantes recorridos marítimos, pero también los pueblos yungas de la costa desértica peruana (que paradójicamente recepcionaron las primeras llegadas de estos raros “viracochas”) estaban acostumbrados a la persistente navegación y al intercambio con otros pueblos caribeños.
Los Chimús poseían desde tiempos antiquísimos embarcaciones marítimas alucinantes que causaron el asombro entre los españoles. Toda la fantasía histórica que estos habían recibido del imaginario naval de las grandes migraciones fenicias no pudieron delimitar su cordura.
No en vano, Hermann Leicht, en “Arte y cultura preincaicos / un milenio de imperio chimú” ( Madrid, 1963) en su especializado estudio, descifra la palabra “skeptron” que significa “cetro” del griego, para explicar el concepto de la actitud de la persona que hace girar el barco, compuesta de las silabas “skep” = barco, y “tar”= girar. El hombre que empuña el timón es el más importante de la tripulación, el que conserva “el cetro” de este “arte de navegar”. Ulises es pues ese mito, el que posee el cetro, ese mito europeo del hombre que viaja, vence todas las dificultades posibles y al final regresa a la patria. Es el constructor de una nueva época.
Ese mito, esa visión, está en Balboa y en Calancha. Naylamp viene del mar para fundar nuevas tierras, se une al mito de Viracocha, de señores venidos muy lejanos de las aguas del mar. Este mestizaje cultural en la fantasía nueva americana fue dando una nueva manera de convivencia humana, de vida interior en los seres nuevos.
El mito de Taykanamo, muy similar a la Leyenda de Naylamp, se lo atribuye el historiador piurano Reynaldo Moya a Carlos Marcelo Corne, fundador del seminario de Trujillo: la llegada a las costas de Pacasmayo de este personaje llamado Taykanamo, que se asentó en el valle de Chimor, y lo conquistó. Construyó, bajo su influencia política, posiblemente Pacatnamú, Chan-Chan, entre otras ciudadelas de barro y adobes. En realidad, Taykanamo es Chimor Capac, fundador de la dinastía que gobernó la región Chimor o Chimú.
Para entrar en el viaje de “Ulises y Taykanamo en altamar (1)”, el poeta Bethoven Medina desarrolla dos poemas para definir el perfil histórico de nuestros dos personajes en acción: “Antecedente Taykanamo” y “Cantata a Ulises y a Taykanamo”. De allí va a empezar su potestad poética, su discurso: frente al mar, a la mar, su entusiasmo por el navío, y el descubrimiento y la memoria por ciertos personajes de la mitología griega e indígena, y el mundo lúgubre de los navegantes: Penélope, Corona Boreal, Princesa Chimú, y Ave Fénix. El poeta tiene licencia para interpretar la historia desde su propia manera de mirar el pasado, el presente y porqué no: el futuro.
Lo fascinante del libro “Ulises y Taykanamo en altamar” del poeta Bethoven Medina es el enredo histórico, rebuscando por momentos a Homero, tiene la fascinación por detenerse en la mirada del pensamiento “renacentista” que también inspiraron a Balboa y a Calancha, pero también, para contrastar “la realidad poética” con “la realidad misma actual” de las “ruinas históricas”.
Cuenta Balboa, que en el primer viaje de exploración que realizo Ruiz, el audaz y experto piloto de Pizarro, en 1526, al divisar sorprendido una curiosa nave india en el Mar Pacifico. Esa “balsa” rustica tenía un timón, y un hombre la conducía, que le daba estabilidad a la embarcación. Este “suceso de encuentro” sorprende tanto a Ruiz, como los actuales “caballitos de totora” de Huanchaco a nuestro poeta Bethoven Medina manipulados por los pescadores actuales. Sorprende el triunfo de la “técnica creativa” al perdurar su propio uso, sorprende la destreza, la habilidad para manejar con “técnica” tal artefacto nativo.
Importa aquí, citar a Oswald Spengler, quien en su libro “El hombre y la técnica” descubre la tragedia del hombre que comienza a entender que la naturaleza es más fuerte que él: “La lucha contra la naturaleza es una lucha sin esperanza; y, sin embargo, el hombre la lleva hasta el final”. Homero nos dice casi lo mismo con el final de La Odisea. El hombre cree que siempre al final triunfará sobre la naturaleza, pero esa es ya una vieja utopía renacentista.
Un naturalista como fue Paul Rivet, en su libro “los orígenes del hombre americano”, nos ayuda a comprender mejor esta inquietud poética desarrollada por Bethoven Medina. Los antiguos peruanos, navegaron duro, por eso Rivet nos recuerda la construcción de una “balsa” para la intensificación de tráfico marítimo, una nueva polución humana por el mundo. La “balsa” de la costa peruana, según Girolamo Benzoni en “La historia del Mundo Nuovo” (Venezia, 1572) es un dibujo fiel de este sueño imaginativo y renacentista: la nueva dinámica. Se habla de una tradición de los mangarevienses, citada por F.W. Chrístian (“Early Maori migrations as evidenced by physical geografhy and language”. 1923): “Los mangarevieses conservan la tradición de un jefe llamado Tupa, un hombre rojo, que vino del Este con una flota de embarcaciones de tipo no-polinésico, en forma de balsas”. Esta descripción evoca la tradición de la expedición de Túpac-Yupanqui, personaje histórico que Bethoven Medina indica como líder de una época nefasta:
“Años después,
Del sur
Vinieron los huestes de Túpac Yupanqui
y a los Chimúes nos doblegaron.
Ahora, superados los siglos,
Yo, Taykanamo simbolizado por el hombre
común,
sobrevivo en la estirpe de pescadores
y, majestuoso,
navego el mar
en mi brioso caballito de totora.
Ya lo dijo O. Spengler: “El hombre se ha hecho hombre por la mano. La mano es un arma sin igual en el mundo de la vida movediza”
Navegar por los mares fue la técnica más sublime y sofisticada del pensamiento renacentista, como hoy es volar. Volar como los pájaros –todavía-. No podemos volar como los pájaros. Pero, el poeta sí puede volar con su imaginación.
Y esto es lo que ha realizado Bethoven Medina con este libro, imaginar muchas cosas de la historia; haciendo viajar en líneas paralelas a Ulises y a Taykanamo. Para seguir “volando” tenemos que usar todos los recursos de “lo tecnológico”, pero nos recuerda Bethoven Medina, que sin poesía no hay vida, ni triunfos. Por eso, el poeta observa con nostalgia la destrucción del mar por agentes culturales externos, y llama con nombre propio a las diversas especies marinas del mar y el litoral peruano, con aproximación casi científica a el plancton, el bemtos y el necton, espacios naturales donde pululan habitantes también vivientes, pero también desde la expresión familiar y popular como los pescadores llaman a algunas especies locales: cachemas, bagres, spondylus.
Bethoven Medina en este hermoso libro de poesía acerca de Ulises y Taykanamo, ha tomado en mano todas las herramientas que le brinda la historia y la memoria del hombre para hacernos volver la mirada hacia el mar y hacia el pasado. Todavía vivimos una “sociología del renacimiento” para recordar a Alfred von Martín: “sin peligro no se hace nada grande”, adagio que nos revela el interés social por cierta mitología marítima que afiebró la imaginación renacentista. Aunque todavía estamos entrampados en algunos paradigmas truculentos de la historia medieval, la poesía no. La poesía puede ser la “balsa” de cierto aprendizaje de búsqueda de un nuevo renacimiento, que por ahora no sabemos hacia dónde podría ir. El plano geométrico-cartográfico del mar: se acabó, no hubo infierno. Bethoven Medina dixi:
El silencio en altamar
La patria en pie
El puerto
El faro
La Esperanza
Meciéndose en antigua Grecia
Y en cualquier país del mundo.
Todos somos indios, griegos, Ulises, Taykanamo, en cualquier parte del mundo, amenazados por la destrucción del mar. Volvamos la mirada al mar, puede ser algo decisivo para salvarnos. Volvamos al mar, aunque esto sea una locura, y ese regreso no es “locura” en la historia del hombre, busquemos un humanismo renacentista, una forma de vida natural que evite la bancarrota de la humanidad. Renacer de las cenizas, no es hoy un mito, a pesar de todo lo recorrido. Navegamos, en las tangibles provincias de cierta modernidad, respetemos lo sabio de la tradición, ese es el reproche que nos hace el poeta Bethoven Medina: indaguemos por una nueva sociología histórica de un renacimiento cultural distinto.
* Poeta nacional, docente UNI.
1.- Ulises y Taykanamo en altamar. Fondo editorial Universidad Privada Antonio Guillermo Urrelo,Cajamarca. Enero 2012.
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